martes, 19 de diciembre de 2017

Sentimiento que no se puede parar



Hablando franca y directamente, antes lo que más lo molestaba era la carrera que se había desatado entre los políticos del oficialismo y de la oposición para ver quién llegaba antes a pie descalzo hasta el Vaticano para demostrar mayor devoción al Papa Francisco y su noble causa. Ahora, de cara a la aceleración de las legislativas, el primer lugar de su enojo lo ocupan las excesivas buenas maneras democráticas de unos y de otros.

Así que cuando entra la clase con la que habían estado buscando material y debatiendo las implicaciones de la reforma previsional en curso, y varios de los estudiantes le preguntan si vio la goma que se armó ayer entre los diputados, él contesta de inmediato que sí. Un sí áspero, grande, de boca bien abierta y babeante y ronquera de barra brava que arma el cuerpo para sumar insultos y trompadas.

Un Sid Vicious de ojos rojos, armado de fibrón en mano como lanza, que es capaz de defender la superioridad del manifiesto de los tres tonos frente a la Fenomenología del espíritu; un poseído que ha reemplazado la pasión explicativa por un corazón arrebatado por ese sentimiento que no se puede parar. El profesor sabe que después se va a arrepentir, pero, bueno, ya cierra el año, quién se va a acordar.


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