viernes, 14 de julio de 2017

Según la UCA (Universidad Católica Argentina) , casi el 59 por ciento de los chicos argentinos de hasta 17 años es pobre

(Por Ismael Bermúdez. Clarín, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, lunes 10 de julio de 2017)- El INDEC calculó para el segundo semestre del 2016 que el 45,8% de los niños menores de 14 años vive en hogares cuyos ingresos están por debajo de línea de pobreza. En tanto, para la UCA (Universidad Católica Argentina) en base a un análisis que considera el acceso insuficiente o inadecuado de las familias a alguna de las necesidades básicas, como alimentación, vivienda, asistencia médica, saneamiento o educación, la pobreza “multidimensional” entre los niños y adolescentes de 0 a 17 años alcanza hasta el 58,7%. Son 7,6 millones de chicos, de acuerdo al Estudio del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, de la UCA.

Ianina Tuñon, Coordinadora del Estudio, explica que, además de los bajos ingresos de los hogares pobres, “la desprotección social que supone la situación de pobreza expone a los niños y adolescentes a múltiples vulnerabilidades: habitacionales, nutricionales, enfermedades, accidentes, explotación, violencia, discriminación y acceso insuficiente o inadecuado a la vestimenta, el calzado, la asistencia médica pero también a la estimulación emocional, intelectual y social. Es por ello, que se valora específicamente el enfoque de derechos y la perspectiva multidimensional como medida desde donde definir la pobreza” Sobre esta base, la UCA desarrolló una metodología e índices de medición de dichas privaciones, y para su cálculo se basó en propuestas desarrolladas por Universidades de Bristol y Oxford y UNICEF. Esos índices toman en cuenta 6 indicadores o derechos básicos: alimentación, saneamiento, vivienda, salud, información y educación con una ponderación para cada una de esas privaciones.

El Estudio señala que, la tasa de privaciones alcanza hasta 58,7% de los niños y adolescentes. “Esto significa que casi 6 de cada 10 niños/as en la Argentina urbana experimentaban privaciones en al menos una de las seis dimensiones bajo estudio”. Con relación a 2010, hubo una mejora ya que del 63,7% bajó al 58,7% en 2015 y se mantuvo en ese porcentaje durante 2016. Mientras “la situación de pobreza en carencias que se consideran especialmente graves --porque sus consecuencias adversas son de difícil reversión-, también bajó del 23,8 en 2010 al 14,8% en 2016”.

Del análisis de los 6 derechos básicos y “la contribución de cada dimensión a la composición de la pobreza infantil ubica en primer lugar al espacio vivienda -como grados de hacinamiento- y en segundo al de la salud, como carencias de vacunas y controles médicos”. Saneamiento -no acceder al agua de red o no tener inodoro con descarga en la vivienda- está en tercer lugar. Estas tres carencias participan del 62,6% de las privaciones. Así la cantidad de privaciones que se toma como referencia define la dimensión de la pobreza infantil, que puede partir de un piso del 38,7% hasta el 58,7%, su intensidad -pobreza extrema- y la evolución a lo largo del tiempo.

Por estratos sociales, “se advierte con claridad la situación regresiva para los sectores sociales con una integración socio-ocupacional precarizada e informal y de menor calificación respecto del estratos medio profesional”, dice el Informe que admite que “las brechas de desigualdad, con disparidades en su magnitud según la metodología de cálculo de la pobreza, se incrementaron entre 2010 y 2016”. También “se advierte un incremento de la brecha regresiva para los niños y niñas en el espacio informal de villas y asentamientos urbanos respecto de los espacios urbanos formales de nivel medio alto”.

Por edades, hay una mayor privación de derechos entre los adolescentes de 13 a 17 años como consecuencia de las altas tasas de no escolarización, mientras se registra “una mayor escolarización de los niños menores a 4 años en el nivel inicial obligatorio desde 2014 y avances en las ofertas educativas en la primaria”.

El estudio reconoce que los niños y niñas en hogares que perciben transferencias de ingresos, como la AUH, han experimentado una merma significativa de la pobreza en múltiples dimensiones, lo cual es un indicador positivo de su existencia. Aunque también es evidente que las transferencias monetarias no son suficientes para alcanzar mejoras sustantivas en las oportunidades.


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