viernes, 16 de junio de 2017

Las rodillas

El problema son las rodillas. Vaya uno a saber por qué, las explicaciones del caso deberán darlas los expertos en biología o anatomía humana, pero él tuvo la certificación cuando hace unos cuantos años atrás se bajó por primera vez, a eso de las seis y media, en la Terminal de Ómnibus de la ciudad de Santa Rosa en pleno invierno.

Arriba del micro el calor era insoportable. Le costó dormir porque sentía que debajo de su asiento ocurría algo, vaya uno a saber qué, pero que cocinaba su cuerpo, casi al punto del arrebato. Se apuró, por lo tanto, a descender lo antes posible. Y la verdad fue que el frío que sentía no era mucho mientras caminaba las cuatro cuadras que lo separaban del residencial, donde dejaría sus pertenencias y podría pegarse un duchazo antes de seguir rumbo a la facultad.

De pronto, aquella mañana notó que sus rodillas temblaban. Era como si ellas estuvieran procesando la temperatura real y se adelantaran a comunicarla al resto de los órganos y extremidades. Aunque no quedaba claro qué tipo de relación existía entre unas y otros porque a poco andar las rodillas se le sacudían cada vez más frenéticamente, como si se tratara de una provincia dispuesta a luchar a como sea por su independencia. Recuerda que hasta le dio vergüenza el suponer que todos eran espectadores de la batalla con su propio cuerpo de modo que apretó el camperón y apuró el paso hasta el hotel.

Ahora la facultad está sin caldera y él está allí sentado hace un hora esperando que los estudiantes completen sus parciales. El frío se las arregla para subir desde el piso y apoderarse de a poco de dedos, tobillos y pies como un alien imbatible. Intenta conjurarlo zapateando alguna melodía inventada contra las baldosas. Cree tener la situación bajo control cuando empieza el tembleque en las rodillas. A medida que los sacudimientos aumentan, se apodera de su cuerpo aquel miedo ya conocido, ancestral.


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