martes, 11 de abril de 2017

Un redondo negocio pedagógico

Tiene su materia previa. En diciembre le fue mal y peor en el turno siguiente. Incluso tuvieron un intercambio de palabras bien subido de tono, y por eso el padre después de unas semanas le pidió una reunión. El hombre estuvo bien, se mostró preocupado por su hijo, y comentó que el muchacho había quedado angustiado por aquel cruce. Él lo calmó y le recordó que el examen de febrero había sido exactamente igual que el anterior, de modo que si el alumno hubiera estudiado un poco atento a sus puntos flojos…

Este año la toca primero un quinto y después el otro. El de la previa, Martín, está en el segundo, el B. Y ocurre que todo este primer período trabajan en clase con el libro sobre el banco, sobre la base del capítulo previamente leído en la casa. Preguntas y respuestas, a la vieja usanza socrática.

Pues resulta que, a diferencia del anterior, este ciclo lectivo Martín se apresura a contestarlo todo, como si ya conociera de antemano las interrogaciones y sus correctas contestaciones. Si fuera un concurso televisivo la teleaudiencia sospecharía de algún arreglo; “un tongo”, dirían. En el contexto de la clase lo más probable es que Martín recoja el texto de algún compañero que cursó en el bloque anterior. Las sonrisas del resto del curso frente a cada acierto ofrece la confirmación a su conjetura.

¿Qué hacer? Pensó en cambiar las preguntas, en que unos y otros leyeran apartados diferentes, y otras estrategias más o menos parecidas. Pero al final decidió que lo mejor era no hacer nada.

De modo que ahora, cuando Martín ofrece la respuesta, él le repregunta obligándolo a ampliarla, a relacionar su contenido con los anteriores y posteriores. Como el estudiante ya sabe que él va recurrir a la artimaña se prepara con antelación para el combate. O sea que terminó estudiando.

Ahora, cuando se cruzan por el patio de los recreos, se saludan fuerte y cortésmente. Los dos sonríen, los dos están seguros de haber ganado.


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