Y ahora resulta que los responsables del derrumbe educativo ponen a los
docentes en el banquillo de los acusados. Ésa fue la única conclusión posible
del debate entre los maestros que por más de dos horas llenó la sala de
profesores.
Eran casi veinte, como nunca
antes; no alcanzaron las sillas y los más jóvenes terminaron arriba de los
bancos que trasladaron de urgencia y haciendo barullo desde las aulas. Hasta se
terminaron bien rápido la yerba y los bizcochos. “No sabía que íbamos a ser
tantos”, se disculpó la secretaria, espontánea encargada de los suministros
indispensables para la reunión, mientras desempolvaba unos paquetes de galletas
apilados en el armario, bajo una montaña de fotocopias, vaya uno a saber desde
cuándo.
Otro de los puntos en el que todos coincidieron y acumularon indignación
fue sobre el carácter ultrasecreto de las consignas con las que desde el
ministerio piensan evaluar a los estudiantes. Porque la prueba, a pesar de su
extensión, es prácticamente clandestina. Los padres no han sido informados
sobre ellas, como tampoco los alumnos; no sobre sus contenidos específicos,
claro, sino sobre su diseño general y lineamientos. Los docentes también han
sido colocado al margen de la evaluación y transformados en simple
“aplicadores” de una prueba estructurada por fuera de la escuela.
“Yo estoy acá desde hace tres décadas -dijo la supervisora que un rato
antes aceptó el convite-. Vi pasar en la presidencia a Alfonsín, Menem, De la Rúa,
Duhalde, los Kirchner y siempre fue lo mismo; la educación se hunde y estos
tipos pretenden saltar vivitos y coleando sobre los escombros y endilgar el
derrumbe a la comunidad educativa y, esencialmente, a los docentes. Ahora, con Macri,
otra vez sopa.”
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