Las más de treinta hectáreas fueron ocupadas hace cuatro
meses. El predio llevaba décadas deshabitado y encima se había convertido en un
basural peligroso, de esos que junta a las ratas y los rateros. Y fue por eso que
muchos vecinos de los barrios vecinos apoyaron la toma.
El de comienzos de este septiembre es el segundo desalojo
que sufren en lo que va del año. El primero fue brutal, hubo heridos de balas
de goma y palazos policiales, de esos con saña. Ni bien se repusieron, que a
decir verdad fue rápido, organizaron una movilización al municipio de Esteban Echeverría.
Los atendió el secretario de Tierra y Vivienda, quien justificó el desalojo argumentando
que “no esperen otra cosa si ocupan un lugar que no es propio”. No agregó palabra,
es decir ninguna respuesta al problema de la falta de vivienda que sufren miles
de familias del distrito. Así que siguieron
adelante con la ocupación y se decidieron a levantar las precarias construcciones
que habitan.
Y ahora un nuevo desalojo. La Municipalidad mandó topadoras
para barrer con las casas de los habitantes. Después de la andanada represiva
para correrlos y los representantes fueron a parar a la seccional. Los
ocupantes pasaron la noche en vigilia, aguantaron hasta bien entrada la madrugada
a que liberaron a los detenidos.
La fiscal, que quería retenerlos en la comisaría hasta la
mañana siguiente, tuvo que ceder. Una vez que estuvieron todos afuera se realizó
una pequeña reunión para acordar cómo van a seguir la pelea. La primera iniciativa
es la de convocar a una reunión general, grande, con todos los que en este momento
vaya a saber uno dónde se refugiaron, para el sábado a la tarde.
Se
lava la cara frotando fuerte, y arma el mate mientras se manda al buche un pedazo
grande de pan con manteca. De pronto advierte que su hijo, temeroso y
asombrado, lo mira con los ojos grandes desde un costado de lo que queda de la
casilla: “Dale, vos -le dice entonces- terminá la leche y vestite rápido que se
hace tarde para la escuela”.
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