martes, 12 de abril de 2016

Duelo

Cuando preguntó en tesorería la contadora le dio como primera respuesta una sonrisa amarga y después le confirmó que sí, que era eso, el infierno tan temido. Con una mueca parecida compartieron la mala nueva sus colegas en la sala de profesores que por ahora vienen zafando de la plaga. La última en darle las condolencias fue la de Geografía, que con cariño le palmeó la espalda como si le diera el pésame.

El mal en cuestión es el impuesto a las ganancias aplicado al salario. A ella siempre la había parecido que la vara estaba allá, bien alta, que rozaba el pelo y el salto de los otros, y por lo tanto vivió su vida desentendida de la cuestión. Pero bastaron un par de años inflacionarios, la suma de más horas para darle de comer al bebé en camino, el ascenso a jefa de departamento que le sumo un plus y voilá, de golpe sintió cómo su cabeza se aplastaba dolorosamente contra el techo.

La magia mala del asunto que no alcanza a explicarse es que a partir de este mes de abril gana más pero gana menos. Una locura, ¿no?

De modo que ahora hace su duelo así, callada, ausente. Con la taza de mate cocido tibio en una mano y el recibo de sueldo que cuelga enredado entre los dedos de la otra. Quieta, los ojos perdidos en un punto de la pared que alguna vez habrá dejado alguna mosca de mierda pegajosa. Pero, vamos, se dice para adentro, que llorar no arregla nada, deben ser cosas del crecimiento.


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