domingo, 28 de febrero de 2016

Umberto Eco y la "universidad de elites"

(Por Alejandro Guerrero. Prensa Obrera, n. 1400, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, jueves 25 de febrero de 2016)- En 2013, cuando ya tenía 81 años, Umberto Eco dijo en Burgos -la universidad de esa ciudad le había dado el título de doctor honoris causa- que los claustros universitarios debían reservarse “a una elite”. El autor de Cómo se hace una tesis aseguró que el número de estudiantes es “excesivo” y, además, señaló “la sustitución del papel del docente en manos de Internet”. A renglón seguido, recordó que “las mejores épocas universitarias” fueron aquellas que reservaron las casas de estudios para unos pocos.

Eco añadió entonces que “el exceso de alumnos entorpece la actividad académica y aboca a las universidades a la crisis”, y agregó: “La progresiva influencia de las nuevas tecnologías ha modificado la relación de los alumnos con los profesores, especialmente desde la explosión de Internet, desde donde se puede acceder a mucha información, lo que, en parte, sustituye al docente” (Clarín, 24 de mayo de 2013).

Aquellas declaraciones resultaron perturbadoras en los ambientes académicos, donde llamó la atención que Eco, como dijeron algunos, se hubiera puesto “tan reaccionario”. Intentaron rebatirlo con un griterío impotente, tan impotente como el “elitismo” del gran intelectual que no podía ver -he ahí sus límites de clase- el fondo del problema.

En principio, se trata de un problema de democracia social. Si la masividad del alumnado afectara la excelencia académica sería una cuestión secundaria: entre la excelencia y una conquista democrática del pueblo trabajador, la elección no puede ofrecer dudas para un demócrata mínimamente consecuente.

Sin embargo, eso ni siquiera es así. La universidad, en efecto, está en crisis en todo el mundo y no por el número de alumnos sino por la creciente incapacidad del capitalismo decrépito para aplicar la tecnología, los avances científicos, al proceso de la producción. El tema da para un tratamiento exhaustivo, pero por el momento veamos el ejemplo de las fibras ópticas, que jamás fueron rentables y se convirtieron, al decir del The Financial Times, en “la hoguera del billón de dólares”. La ciencia avanza incesante, a pesar del “número de alumnos” y a pesar sobre todo de los obstáculos que le presenta el régimen social, pero eso no deriva siquiera en un aumento de la productividad. Por eso, en todas partes, se intenta limitar el número de alumnos, se reservan las universidades, como propone Eco, a “elites” (Harvard, por ejemplo) y se las quiere transformar cada vez más, como decía Jorge Luis Borges, en productoras de “bestias especializadas”; al servicio, añadimos nosotros, de los pulpos imperialistas.

En otro régimen social el número de alumnos resultaría escaso y habría que buscar las maneras de incrementarlo, lo cual produciría una mayor excelencia académica. Uno de los grandes físicos del siglo XX, Robert Oppenheimer, trabajó con niños de la calle y los puso ante problemas de la física que ellos pudieron resolver en la práctica con más facilidad que la mayoría de los niños escolarizados. De esa manera, Oppenheimer quiso mostrar la cantidad de talento que la miseria echa al desperdicio.

La solución a la crisis universitaria no está en la universidad misma sino en la sociedad toda, que necesita reorganizarse, revolución mediante, sobre otras bases.


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