domingo, 5 de octubre de 2014

Richard Ford, Canadá

Richard Ford, Canadá, novela, Barcelona, Anagrama, “Panorama de narrativas”/841, 2013, 510 páginas, traducción de Jesús Zulaika.

Veníamos de leer Libertad, de Jonathan Franzen, y en consecuencia la primera moraleja que nos deja este libro de Richard Ford es que los escritores estadounidenses de gran cirulación parecen escribir sobre el calco del mismo patrón, que quizás sea el destilado de aquello que ya se ha estandarizado a medias entre la demanda editorial y los gabinetes de “escrituras creativas” de las universidades. El patrón, arriesgamos, se extiende incluso a los guionistas de cine y de televisión, y se resume en un catálogo de 1) personajes bien delineados, atractivos y queribles (u odiables), 2) situaciones extrañas aunque verosímiles y por lo tanto imaginables, 3) algunos guiños culturales hacia el lector, 4) equilibrada mezcla de narración y descripción (nunca más allá de la raya), 5) diálogos que sepan saltar de lo cotidiano al fugaz epigrama memorable o el roce filosófico-existencial, etcéteras. Algo más o menos así. Habrá quien observe que en este asunto también se lleva su porción la traducción homogeneizadora al castellano, y tendría también, claro, su porción de razón.

En ese contexto Canadá es un lindo relato “familiar disfuncional”, narrado por el hijo, Dell Parsons, que un buen día contempla a su padre (quien ya venía precalentando en el crimen gracias a pequeños negocios con la “mafia india” local de Montana y sus carnes cuatrereadas) y a su madre marchar a prisión después de asaltar un banco. Así, el joven se debe separar de su hermana Berner y gracias a un amigo de la familia pasa a Canadá, donde seguirá su camino hacia la adultez junto a otro raro delincuente exiliado, Arthur Remlinger. En el cierre un salto abrupto conduce al presente, acerca los desenlaces de las vidas de los protagonistas y la noticia de que Dell es, ahora, esposo y escritor, cualidad quizás heredada por vía materna dado que su progenitora dedicó su estancia en la cárcel para escribir una explicativa antes que justificatoria de lo hecho “Crónica de un acto criminal cometido por una persona débil”.

Al comienzo y al final se repite una luminosa frase del teórico inglés simbolista John Ruskin, que dice algo así como que la tarea de la composición estética supone ordenar equilibradamente partes de origen diverso (el francés Gustave Flaubert hubiera agregado: “sin que la costura se note”). No queda claro que Richard Ford, quien tomó la cita, la siga prácticamente en su Canadá. Aunque, concedamos, el hecho de no leer su libro en la lengua original seguramente quita, como a la carne excesivamente cocinada, parte de sus mejores nutrientes.


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