Se
viene la nueva escuela secundaria porteña, y más allá de que uno
le guste o no, les dijo la rectora, el año que viene estamos
obligados a comenzar con su implementación, así que más vale que
el esfuerzo sirva de algo.
Alguna
razón todos le adjudicaron al dicho, de modo que empezaron a
preparar la reunión del sábado a la mañana. La idea fue la de que
cada departamento se reuniera por separado para tratar las cuestiones
específicas de cada área y después, un par de horas más tarde,
que el encuentra fuera entre todos.
Ni
bien determinaron esa rápida disposición horaria, la rectora hizo
la observación de que, en realidad, ella quería reubirse primero
con la gente del área de exactas y naturales. Cuando le preguntaron
por qué, dijo, medio encogiéndose de hombros, que “dada la
orientación hacia la que empujaron a nuestro colegio, matemáticas y
biología son las materias que más horas van a perder”.
Antes
de que la mujer finalizara, los profesores, que se habían dejado por
el entusiasmo de pensar que está bueno cada tanto revisar los
contenidos y las formas de su quehacer didáctico cotidiano, ellos se
cruzaron miradas con el consenso de que lo que iban a terminar
discutiendo poco tiene que ver con la pedagogía.
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