domingo, 14 de julio de 2013

¿Para qué carajo queremos tantos científicos?

Con lengua neutra la españolísima secretaria de Estado de Investigación, Carmen Vela, se preguntó públicamente qué sentido tiene una política científica tendiente a formar “muchas” personas si después los tan capacitados serán “incapaces de ser absorbidos por el sistema”. Es una situación dolorosa, agregó, seguramente resultado de no haber planificado debidamente una década atrás. a los que valoró como "una iniciativa extraordinaria", Vela aclaró que si bien "la movilidad en ciencia es imprescindible", en el caso de que "una persona no se puede incorporar y se tiene que ir, eso ya no es movilidad".


A continuación, durante el inicio de los Cursos de Verano de la Complutense,  felicitó al gobierno ibérico y a ella misma por haber reducido el número de beneficiados por las becas Ramón y Cajal de 250 a 175. Los mejores programas de investigación, concluyó sin ponerse colorada como la bandera, son aquellos que resultan “menores en número”, aunque antes se vio obligada a sincerarse y admitir que la lógica de su argumentación  es la única posible en medio de una situación económica “muy difícil” y a la que la ciencia, claro, no puede ser ajena.
Hace una década atrás los argentinos y otros muchos universitarios del mundo de habla castellana recibían abundante folletería y correos electrónicos ofertando doctorados y maestrías varias para cursar allá en la madre patria. En ellos se resaltaba invariablemente la excelencia de una tierra que no se cansaba de parir científicos de primer nivel planetario. Ahora al parecer los científicos e investigadores sobran y son  innecesarios. La moraleja indica que la educación superior tiene un índice de obsolecencia infinitamente superior al del fútbol de España.


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