lunes, 4 de julio de 2011

El Quinteto de Buenos Aires de Vázquez Montalbán

Manuel Vázquez Montalbán, Quinteto de Buenos Aires, Buenos Aires, Planeta, “Autores españoles e hispanoamericanos”, 1997, 414 páginas.

 Hace algunos años las novelas del español Manuel Vázquez Montalbán gozaron de gran predicamento y buena venta por estas tierras, en particular a través de la figura de su españolísima versión de la novela negra encarnada principalmente en el detective bon vivant Pepe Carvalho. Llegó a nuestras manos una novela que no habíamos leído en su momento e intentamos ver qué pasaba hoy con su lectura, cuando la moda y las presiones de los suplementos culturales de los diarios y las versiones televisivas de su héroe ya no existen.
El resultado fue bien decepcionante. Quizás tenga que ver con que en este caso el escenario es Buenos Aires y el contexto de menemismo, privatizaciones, almas posmodernizadas, bebés apropiados, Madres de Plaza de Mayo, ex militantes que sobreviven como pueden (e identifican su pasado como el de “peronistas a pesar de Perón”), ex torturadores que siguen como si nada y avanzan ahora como empresarios, tales ingredientes mezclados ya nos huelen a un estofado demasiado conocido, recocido y hasta salpimentado por los teleteatros “serios” de la pantalla chica. Más Villa Freud, y algún poema de Juan Gelman, y  “A media luz” y mucho tufo a tango (que apuran incluso el exceso estético-metafísico: “los tangos son como las novelas. Siempre mienten”, pág. 22), y la insoportable Adriana Varela, y el horrible Tortoni, y los bifes de chorizo…
De cualquier modo, el Quinteto de Buenos Aires parece dar cuenta de una suerte de límite al que el policial negro arribó después de insistir tanto en el “detective-perdedor-pesimista-pero-que-a-pesar-de-todo….” En un estereotipo del que ya no se vuelve, aunque se pretenda revestirlo ingeniosamente, tipo “marxista, fracción gastronómica”, al decir del propio Carvalho.
Por ejemplo este diálogo en el que Carvalho define el papel en la Tierra del “detective privado” y su diferencia con un vulgar miembro de las fuerzas represivas ciudadanas: “La policía garantiza el orden. Yo me limito a descubrir el desorden” (pág. 12). O, un poco después: “En esta sociedad ya nadie cree en nada. Todo está corrompido. Cuando una sociedad se vuelve amoral, los detectives nada tenemos que hacer”, pág.16). En fin, en el borde se trata de un detective paródico que ya se ha estereotipado tanto en cuanto a quién es y cuál el  mundo que le ha tocado en suerte recorrer que la parodia termina por derramarse en exceso tal que produce el peor empalago. En realidad, se trata de un autoempalago, puesto que la declaración de principios permanente forma parte del pertrecho básico del narrador y sus recursos de escritura (y si de lo que se trata es de filosofar al vuelo pues Enrique Discépolo ya lo supo hacer bien hace más de medio siglo y sin tanto protocolo). En fin, dado que sabemos que el mundo es una mierda no resulta interesante, tal vez por esa mentira borgeana de los camellos, que se lo recuerde renglón por medio, pues la resultante es un héroe demasiado aburguesado en su antiheroicidad.
De cualquier modo, el recuerdo que nos queda de otras novelas de la saga Carvalho, que en algún momento deberíamos releer, como Los mares del sur o Los pájaros de Bangkok, es mejor. Quizás por eso también la expectativa. Este Quinteto de Buenos Aires suena como bandoneón pinchado.


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