miércoles, 30 de marzo de 2011

Inside Job, de Charles Ferguson

Inside Job (Trabajo “desde adentro”) es un filme documental que dirigió Charles Ferguson, fue escrito mayormente por Adam Bolt y Chad Beck y presentado el año pasado, año que supo atesorar algunos significativos premios.
El punto que Inside Job busca tratar y desmenuzar es la catástrofe económica imperialista del 2008, la “evaporación” de miles de millones de dólares y los costos que esa alquimia supuso, supone y supondrá para miles de millones de personas a lo largo y lo ancho del mundo.


La historia que se narra carga principalmente contra el llamado “capital financiero” y los financistas quienes, en la década del ochenta, habrían sido los responsables de imponer a los gobiernos -en primerísimo lugar al que hoy comanda Barack Obama- el levantamiento de todo tipo de control y restricciones con el resultado catastrófico que todos conocemos. Hacia allí apunta el título. Por supuesto que se trata de una tesis débil, que ya ha sido atacada innumerables veces puesto que en su raíz parte de una distinción entre un capital y un capitalista bueno, productivo, industrioso y otro malo, parasitario, maniobra argumentativa con la cual se termina propugnando el regreso a un capitalismo no salvaje, domado, “sensible”, en lugar de dejar que se imponga la idea de que es necesario imponer un ordenamiento económico, político y social completamente diferente.
De cualquier modo la película bien vale ser vista. Los reportajes que realiza (y las indicaciones de todos aquellos funcionarios que se negaron a ser entrevistados) son muy jugosos y demostrativos; en muchos casos hasta mueve a risa la manera en que tecnócratas supuestamente tan especializados y seguros de su saber comienzan a tartamudear cuando intentan explicar lo inexplicable y se derriten como gelatina al sol. Por este camino se puede apreciar hasta qué punto los organismos nacionales e internacionales y los economistas son meros propagandistas a sueldo alto que son capaces de interpretar cualquier cosa para que el negocio de sus patrones se mantenga. El caso de la ayer nomás pujante Islandia, al tope de los índices de excelencia hasta un minuto antes de declararse en bancarrota, y aun después, es particularmente demoledor.  También hay un buen desfile de sólidos datos, bien dosificados, como para no agobiar al espectador.

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